INTRODUCCIÓN
Los estudios, informes, encuestas y diferentes investigaciones llevadas a cabo en las últimas décadas han ido resultando en una serie de evidencias que hacen del entorno natural y construido donde habitamos un determinante muy importante de nuestra salud, especialmente de la salud pública, en tanto que sociedades complejas, interconectadas y progresivamente urbanizadas.
De los principales determinantes de la salud —estilos de vida, factores ambientales, aspectos genéticos y biológicos y atención sanitaria— , al menos dos de ellos, o incluso tres si tenemos en cuenta los lugares en los que se presta atención sanitaria, tienen una relación directa con la forma en la que están concebidas las ciudades, los edificios y las viviendas donde nacemos, vivimos, trabajamos, dormimos, comemos, respiramos, nos movemos, nos relacionamos, etc.
En este sentido y teniendo en cuenta que pasamos más del 90% en espacios interiores y la mayor parte del resto del tiempo en contextos urbanos, entendemos las condiciones físicas de estos entornos como nuestra segunda piel (o tercera piel, si contamos con nuestra vestimenta), conformándose una multitud de intercambios entre ésta y nuestra piel corporal y nuestros diferentes sistemas digestivo, nervioso, circulatorio, respiratorio, endocrino, linfático, etc.
La preocupación por la salud en el planeamiento urbanístico ha ido evolucionando desde una dimensión higienista de prevención de epidemias y diferentes enfermedades contagiosas, con una atención de algunos criterios muy concretos de la salud física, a una visión más integral de la salud pública con sus dimensiones psicosociales, emocionales, mentales, y entendiendo la salud no como la ausencia de enfermedad sino como un estado completo de bienestar y calidad de vida.
El 55% de la población mundial reside en asentamientos urbanos (en Europa el 75%) y se prevé que esta proporción aumente significativamente en 2030. Este crecimiento progresivo (y a menudo desordenado) de las ciudades ha incorporado otras problemáticas como la contaminación del aire, niveles elevados de ruido ambiental emisión de gases de efecto invernadero, generación de residuos y aguas residuales impactos paisajísticos, pérdida de biodiversidad y especies invasoras, consumo de recursos no renovables, consumo de agua, isla de calor, presión sobre espacios naturales y fragmentación de hábitats, sellado y cambio de usos del suelo, deforestación, exclusión u aislamiento social.
Es en este contexto, la promoción de la salud, desde un enfoque de prevención, empieza a convertirse en uno de los principales ejes de políticas públicas urbanas globales: la OMS y sus diferentes organismos, la European Healthy Cities Network, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS 3: Garantizar una vida sana y promover el bienestar en todas las edades es esencial para el desarrollo sostenible), los fondos Next Generation, o a nivel nacional la Agenda 2030 o el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia.
ENFOQUE DE SALUD PÚBLICA
El enfoque de salud pública se basa en la relación compleja entre causas y orígenes de las patologías (determinantes) y las afecciones a la salud que comportan. Esta complejidad demanda un análisis multicausal y multifactorial que es necesario abordar desde distintas escalas o ámbitos de interacción, siempre desde la asunción de que esa categorización no es estanca y sus límites difusos. Por otro lado, es preciso separar —de nuevo de manera artificial— aquellos determinantes que presentan una naturaleza ambiental muy definida por el ámbito físico-espacial —y por tanto más fácilmente mensurables y objetivables por las herramientas tradicionales de la arquitectura y el urbanismo— de aquellos cuyos fundamentos son más dependientes de los condicionantes políticos, sociales, económicos y/o culturales, para los cuáles es necesario dotarse de otras disciplinas, metodologías y marcos de análisis, a menudo fuera de nuestra profesión, pero que cada vez se hace más necesario integrar.
Este enfoque parte de que, a la hora de querer modificar un determinante concreto —porque, por ejemplo, sabemos que produce tales afecciones a la salud—, automáticamente se hace necesario el análisis de su relación con el resto de escalas, más amplias o más pequeñas, y con todos los aspectos socioeconómicos y políticos que lo rodean. Es decir, no tiene sentido querer reducir la tasa de mortalidad en invierno (derivada de enfermedades respiratorias, por ejemplo, es decir de las afecciones a la salud) producida por un inadecuado confort higrotérmico (determinante físico) sin analizar en qué situación socioeconómica están sus habitantes, cuál es la accesibilidad a los servicios energéticos, en qué situación física y social se encuentra el barrio en el que se da esa problemática, etc. Un ejemplo en esa misma línea son los esfuerzos que están tan en boga en la actualidad de mejorar la calidad del aire interior de los espacios cerrados, que de poco servirá si tenemos ciudades con concentraciones de CO2 y otros contaminantes por encima de los aconsejados, lo que está directamente relacionado, entre otros, con la gestión de la infraestructura verde, la reducción del tráfico rodado o el mantenimiento de la biodiversidad tanto en los entornos urbanos y periurbanos como rurales. El acceso a la vivienda es un ejemplo más que ilustra bien cómo una cuestión de gestión política ligada a la arquitectura y el urbanismo impacta enormemente en la salud de nuestra sociedad, llegando a producirse importantes niveles de estrés o incluso suicidios en caso de desahucio. Un caso más claro y también en la palestra es el señalamiento de la toxicidad y la alta contaminación que producen algunos materiales —en el uso, fabricación, reciclaje, deshecho, transformación…— para los usuarios y trabajadores y que, pese a las evidencias, no parece que trascienda el ámbito de la decisión última del usuario final, sin poner en duda el papel que tiene la normativa —es decir la administración, a través de leyes o de reglamentos para las licitaciones— o de la industria. Ampliar la escala de observación se hace necesario para llegar a soluciones integrales a los problemas de salud de manera más eficaz, eficiente y justa.
Bajo esta óptica, cualquier toma de decisiones se puede estructurar por una serie de ámbitos interrelacionados, que abarcan el entorno inmediato, el entorno comunitario o barrial, el entorno urbano o político (aquí entendido como la gestión de la polis) y el ecosistema o medio ambiente en el que se inserta la ciudad.
PRESENTACIÓN Y OBJETIVOS DE LA GUÍA
En este marco y junto a diversas iniciativas como informes, guías metodológicas, herramientas de medición y certificación, grupos y mesas de trabajo multidisciplinares, etc. surge la necesidad del presente documento, una guía con carácter transformador, dirigido a las diferentes administraciones públicas y órganos políticos, donde diferentes profesionales de los campos de la arquitectura y sociosanitario, ciudadanos/as y usuarios/as exponen su conocimiento, experiencia y demandas al servicio de una serie de propuestas de mejora de los entornos físicos donde habitamos.
El objetivo del documento no es aportar una visión excesivamente técnica y exhaustiva de los condicionantes arquitectónicos de la salud, sino contribuir a generar ciertos cambios sociales y normativos que faciliten oportunidades de transformación en la promoción de la salud en torno a las temáticas o campos de actuación que se han detectado de mayor impacto. Para ello se identifican tres bloques temáticos y se realizan propuestas de mejora en cada uno de los aspectos identificados.
Guía completa aquí.